“La
humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de
espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora
en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado
un grado que le permite vivir su propia destrucción
como un goce estético de primer orden.
espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora
en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado
un grado que le permite vivir su propia destrucción
como un goce estético de primer orden.
Este es el esteticismo de la política que el fascismo propugna.
El comunismo le contesta con la politización del arte.”
El comunismo le contesta con la politización del arte.”
Walter
Benjamín

Fuente: no
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Pensarnos el arte como un cómplice del desarrollo
comunitario, nos obliga a reconocer las inscripciones que el arte tiene hoy en
las leyes del mercado, en los discursos hegemónicos, en la valoración,
calificación y lógicas de la sociedad moderna. Es por esto que evocamos a Walter
Benjamín, pensador judío marxista quien en su texto “La
obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” reflexiona sobre el
arte, situándolo en una época donde las características industriales y
tecnológicas de la sociedad permiten la réplica inconmensurable y la “estetización de la política llevada a cabo por el régimen
nacional-socialista alemán, el cual explotó al máximo al pueblo subordinándolo
a un “plan común” mediante la utilización de complejos aparatajes
mediáticos-estéticos, tendientes a sobrenaturalizar al encargado de dirigir los
destinos de la alicaída nación”[1],
permitiéndonos ejemplificar como el arte puede servir como estructura de
control o persuasión de masas para el poder dominante.
Al final de su ensayo Benjamín hace una sentencia: “La
politización del arte”, frase ésta que genera múltiples interpretaciones, por
ejemplo, algunos plantean que apuntaba a una izquierdización de las
prácticas artísticas, a la panfletización del arte, a la puesta al servicio del
arte para fines político-revolucionarios, otros en cambio creen que señalaba
“que el arte antes que evidenciarse en su rol colaboracionista con un movimiento
político, antes de abanderizarse y aparecer como comprometido con una causa,
antes de reaccionar contra lo establecido, debe preguntarse por su papel en la
sociedad y, en los factores que determinan su accionar en la misma”[2]. Pero más allá de pensarse la apuesta
política que pueden asumir las artes, quisiéramos reparar en la sensación repulsiva que genera esta frase,
para quienes hemos creído en el arte como una de las pocas formas que se nos
permite experimentar la libertad.
Este escrito, parte de reconocer, que el arte siempre ha
hecho intervención social, tal como lo evidencia Benjamín, sea esta su
intención o no. Mas, la oportunidad que tiene él mismo, no es dicha
intervención, es la posibilidad de ser lo “único que redime al hombre”[3]. Por ello al asumir un
ejercicio artístico como la posibilidad de hacer una intervención social, consiente,
intencionada y consecuente con una perspectiva de desarrollo comunitario, es
necesario preguntarse: ¿Cómo no robarle al arte su posibilidad emancipadora? y ¿Cómo
no hacerlo? en una sociedad donde la posibilidad de reproductividad técnica convirtió
a las producciones artísticas, en algo mediático, efímero, veloz, consumible e
inevitablemente perpetuador de una
cultura Eurocentrica…no es gratuito encontrar impresa en camisetas, la Monalisa
con una botella de Coca Cola en sus manos…
Entonces, tras el riesgo de politizar el arte y robarle su
magia en ejercicios políticos como la intervención social, podemos plantear una
posibilidad donde el arte sea una estrategia de intervención; pero que a su vez,
siga siendo el viaje catártico hacia el interior del ser y la manifestación no coaptada
de la emoción, del espíritu…
…esta opción es el rito, volver a convertir el arte en
rito…
Esto implica, la necesidad de trascender la denuncia, la sensibilización
o concientización que puedan realizar las artes tras un discurso exhibitorio,
por varias razones: primero, no nos interesa la denuncia, sensibilización y
demás reacciones de quien es expectante de la obra, puesto que no pretendemos
condicionar, persuadir o convencer a nadie sobre una idea de mundo; segundo, la
exhibición no debe ser algo que nos convoque, dado que la exhibición de los
ejercicios artísticos conlleva a la búsqueda consiente o no de la legitimación del
mundo del arte, el cual está condicionado
a discursos modernistas y construcciones que se han hecho en el arte Europeo y
en la América poscolonial. Y tercero, la exhibición presupone un ejercicio de
comunicación, que puede o no darse y en la que el artista puede o no estar
interesado; pero sólo hasta que se elimine totalmente la posibilidad de
interacción de la obra con el otro, puede estar la producción insubordinada al
interés o temor de impacto que la obra genere en un auditorio. Es entonces,
cuando se asegura la plenitud de un ejercicio libre.
El arte no siempre fue exhibitorio, si tenemos en cuenta
que, en la edad de Piedra el dibujar en las paredes era un instrumento mágico, si lo exhibían
ante sus congéneres; pero estaba sobre todo destinado a los espíritus. Benjamín
dice “hoy nos parece que el valor espiritual empuja a la obra de arte a
mantenerse oculta: ciertas estatuas de dioses sólo son accesibles a los
sacerdotes en la «cella». Ciertas imágenes de Vírgenes permanecen casi todo el
año encubiertas, y determinadas esculturas de catedrales medievales no son
visibles para el espectador que pisa el santo suelo. Solo a medida que las ejercitaciones
artísticas se emancipan del regazo ritual, aumentan las ocasiones de exhibición
de sus productos.”[4]
El
arte debe ser nuevamente un ejercicio principalmente espiritual, un viaje
intimo, privado hacia el interior del individuo. En una época ruidosa donde el
encuentro con sí mismos requiere de la
complicidad del silencio, es casi imposible. El arte redime al hombre, siempre
y cuando no nos interese lo externo. La posibilidad creadora no debe estar
sugerida como un descubrimiento del mundo, si no como una reconstrucción de sí
mismos.
Solo
desde allí puede el arte servirle al desarrollo comunitario posibilitando trascender el consiente, deconstruir los habitus[5], y debelar la diversidad
de sueños, de mundos, de imaginarios, de ideas de desarrollo u cualquier otra
forma de pensamiento.
Por: Ángela Andrade
Magnolia Losada
Nathalie Guerrero I.
VÍDEO:
[1]
VALLEJOS, Cristóbal. “La politización del arte: la vuelta
a lo humano. Revista Punto de Fuga. Universidad de Chile
[2]
VALLEJOS, Cristóbal. “La politización del arte: la vuelta
a lo humano. Revista Punto de Fuga. Universidad de Chile
[3]
Parafraseando a David Sánchez Juliao, escritor Colombiano,
(1945-2011)
[4]
BENJAMIN, Walter. La obra de arte en la época de su reproductividad
técnica. Tauro. Buenos Aires, 1989.
[5]
Habitus: Para
Bourdieu se refiere a los sistemas incorporados de disposiciones o
predisposiciones socialmente adquiridas.